[El llamado “efecto restaurador de la naturaleza” permite a las personas el relax necesario para afrontar una vida de estrés. ]NATURALEZA Y CIUDAD. BENEFICIOS DE LAS ÁREAS VERDES URBANAS A LA SOCIEDAD
No podemos pasar por alto que la mayoría de los trabajos realizados sobre los beneficios que aportan las áreas verdes urbanas a la población están llevadas a cabo en Norteamérica y en países del Norte de Europa. Esto no quiere decir que no existan investigaciones interesantes en el campo de la Ecología Urbana en Latinoamérica o en los países mediterráneos, sino que estas investigaciones apenas transcienden a los canales de difusión científica, ya que suelen estar copados por países con más tradición y experiencia en el campo del uso, gestión y planificación de los espacios verdes urbanos.
La importancia de las zonas verdes en las ciudades radica en los efectos positivos que tienen sobre la población residente, efectos que pueden manifestarse en varios ámbitos de carácter social: En la conciencia ambiental o ecológica; en el proceso de enraizamiento (embeddedness) de la comunidad y de construcción de identidades socioculturales, en el sentimiento de seguridad, o en la salud mental y física de los ciudadanos entre otros.
Conciencia ecológica
El mencionado Greening Process o extensión de las zonas verdes en las ciudades contemporáneas representa una importante oportunidad para que la población aprenda acerca de los principios ecológicos y de sus interconexiones con el mundo circundante. La mera observación que el viandante tiene sobre los espacios verdes, así como el contacto con la naturaleza que le rodea, ha permitido adquirir al habitante de la ciudad un aprendizaje experimental sobre el funcionamiento de algunos ecosistemas urbanos. Algunos estudios realizados por la Agencia de Medio Ambiente de Canadá en 1999 mostraban que un 43% de los canadienses participaban en actividades al aire libre en áreas naturales y que un 40% participaban en actividades relacionadas con la vida silvestre en sus propias residencias o en zonas cercanas a ellas. Con esto podemos señalar que el contacto con la naturaleza, bien sea en el hogar, en la ciudad o en los parques naturales es de una importancia fundamental para desarrollar una conciencia ambiental cada vez más involucrada en el conocimiento y la conservación del entorno natural. La educación ambiental es mucho más que impartir una clase de biología o visitar un centro de interpretación de la naturaleza, es el resultado de una experiencia directa y constante, asimilada a través del contacto diario con la naturaleza en los lugares donde vivimos, en las calles que recorremos o en los árboles que nos dan sombra. En consecuencia, el entendimiento de las bases de la interacción entre la sociedad y la naturaleza debe empezar en los lugares donde los ciudadanos viven y pasan su tiempo libre, es decir, en los núcleos urbanos.
Recientes evidencias también sugieren que la participación directa de los ciudadanos, por medio del voluntariado, en los llamados Procesos de Naturalización, genera en los ciudadanos fuertes lazos de afectividad y conexión con el medio natural en el que están interviniendo. Los procesos de restauración de zonas abandonadas, mediante la creación de zonas verdes, o la adecuación y limpieza de zonas altamente degradadas ofrecen indudables beneficios sociales que debieran ser potenciados, como el gran sentido de identificación con la naturaleza y los altos niveles de satisfacción que obtienen los que participan en dichas tareas.
Enraizamiento en la comunidad e identidad sociocultural
Los grandes asentamientos urbanos se caracterizan por el ruido, la muchedumbre, y la falta de privacidad entre otros, efectos todos ellos que estarían induciendo al debilitamiento de los lazos sociales entre los vecinos e impidiendo, de algún modo, el sentido de comunidad. Esto podría explicar el descenso del capital social en las grandes urbes y la falta de integración de los individuos en sus comunidades de referencia, dando lugar a problemas de anomia o carencia de normas sociales. La literatura sugiere que una mayor interacción de los ciudadanos con los espacios naturales y la existencia de zonas verdes en las barriadas de las grandes ciudades, para el ocio y el esparcimiento de los vecinos, pueden inducir entre ellos al desarrollo de valores compartidos, es decir, el enraizamiento de los individuos en sus comunidades de referencia.
Algunas experiencias demuestran cómo la implicación de los vecinos en programas de creación de espacios verdes en sus barriadas, facilita el conocimiento mutuo entre los participantes y su interacción social, desarrollando un sentimiento de identidad con el entorno, además de generar altos niveles de satisfacción personal por elegir y controlar las condiciones de su propio entorno natural.
Estos programas ponen de manifiesto que una comunidad unida dota a los vecinos de un elevado sentido de pertenencia y ayuda mutua, y de una mayor capacidad para la formación de organizaciones locales, al tiempo que los dota de mayores recursos organizativos para defenderse contra el crimen y la delincuencia y para movilizarse en el ámbito político.
Algunos estudios sobre las personas mayores, han demostrado que cuando este colectivo está formado por individuos con fuertes conexiones sociales en su comunidad, se producen menores niveles de mortalidad, tasas más reducidas de suicidio y niveles más elevados de salud física y mental, al tiempo que se manifiestan menos temerosos de ser víctimas del crimen y la delincuencia.
Tanto el deporte como el juego son dos razones esenciales para que los espacios verdes urbanos sean necesarios y los usuarios sigan visitándolos. Sin embargo, estas actividades requieren de una planificación o zonificación del parque, así como de aquellos elementos necesarios que puedan crear un sentido de lugar o pertenencia al entorno donde están ubicados. Son muchos los parques alrededor del mundo que incluyen numerosos atractivos para sus usuarios, indiferentemente de su edad y sexo: juegos de agua, campos de futbol, estanques para remar, animalarios, exposiciones al aire libre, etc.
Las bases del diseño, por lo tanto, deben ser multifuncionales y multiculturales, y los conceptos de uso y lugar deben se compatible y deben estar unidos. Los diversos espacios de la ciudad tienen potenciales diferentes dependiendo de factores tales como su uso, accesibilidad, carácter biológico y físico, propiedad, zonificación y límites legales, entre otros. De este modo, y aplicando la misma filosofía que en los planes de ordenación y gestión urbana, no todos los usos pueden aplicarse en todos los lugares, o no necesariamente al mismo tiempo. La posibilidad de poder elegir entre varios espacios, y que todos y cada uno de ellos satisfagan la diversidad social de la ciudad, tienen que ver con la calidad de vida de la ciudad y de sus ciudadanos.
Sentimiento de seguridad
En este aspecto, podemos destacar que la creación de zonas verdes en las ciudades y la presencia de áreas ajardinadas en los barrios aumentan la sensación de seguridad en los vecinos, disminuyendo las tasas de criminalidad y reduciéndose las expresiones de violencia. En su trabajo, Jacobs (1961) introduce la idea de “ojos en la calle” para explicar cómo la presencia de personas en los espacios públicos destinados al esparcimiento ayuda a controlar el crimen y aumentar la seguridad ciudadana. Otras expresiones de esta misma idea son los conceptos de “control social del vecindario” y “funcionamiento territorial”, conceptos que se refieren a la habilidad de la comunidad para controlar el comportamiento de sus vecinos en su propio espacio interviniendo si fuera necesario. En esta misma línea se afirma cómo el fortalecimiento de los vínculos sociales entre vecinos logra disminuir los niveles de vandalismo y criminalidad.
El hecho de vivir en contacto con la naturaleza podría ser un indicador en el grado de disminución de la violencia doméstica. Hasta tal punto que estudios empíricos han observado cómo en casas con zonas verdes y arbolado, los niveles de violencia y conflictos familiares eran menores que en casas con poca o ninguna arboleda en su recinto. El argumento de estos resultados está basado en que los vecinos que tienen una estrecha relación con la naturaleza, encuentran de forma más fácil diferentes vías para la resolución de conflictos y tensiones surgidas de frustraciones personales. Esta afirmación se corrobora con el hecho de que, en los disturbios en la ciudad de Los Ángeles, tras la sentencia del caso Rodney King, las barriadas con zonas ajardinadas fueron las menos dañadas, mientras que los otros barrios sufrieron daños severos.
Mejora de la salud física y mental
Los resultados de algunos estudios han permitido establecer una asociación entre, por un lado, la disminución del estrés y la mejora de la salud física de los residentes urbanos, y por otro, la presencia de arbolado y bosques en sus barriadas y, por supuesto, la percepción positiva de los ciudadanos respecto a la existencia de esas zonas verdes en la ciudad. Tales estudios han demostrado que los vecinos que viven rodeados de paisajes con árboles y vegetación presentan estados fisiológicos más distendidos que aquellos que viven en entornos sin naturaleza. No hay duda de que la experiencia en la naturaleza, la contemplación de paisajes y entornos naturales produce todo un conjunto de beneficios y bienestar a los usuarios de estos espacios.
Numerosos estudios han puesto de manifiesto el llamado “efecto restaurador de la naturaleza” que permite a las personas el relax necesario para afrontar una vida de estrés.
Este efecto restaurador es buscado, ahora más que nunca, entre una población cada vez más urbana, donde las distancias de desplazamiento son cada vez mayores y el tiempo para el ocio es menor. En definitiva una población alejada de los sistemas naturales y que demanda un mayor numero de espacios recreativos en las ciudades.
No podemos pasar por alto que la mayoría de los trabajos realizados sobre los beneficios que aportan las áreas verdes urbanas a la población están llevadas a cabo en Norteamérica y en países del Norte de Europa. Esto no quiere decir que no existan investigaciones interesantes en el campo de la Ecología Urbana en Latinoamérica o en los países mediterráneos, sino que estas investigaciones apenas transcienden a los canales de difusión científica, ya que suelen estar copados por países con más tradición y experiencia en el campo del uso, gestión y planificación de los espacios verdes urbanos.
La importancia de las zonas verdes en las ciudades radica en los efectos positivos que tienen sobre la población residente, efectos que pueden manifestarse en varios ámbitos de carácter social: En la conciencia ambiental o ecológica; en el proceso de enraizamiento (embeddedness) de la comunidad y de construcción de identidades socioculturales, en el sentimiento de seguridad, o en la salud mental y física de los ciudadanos entre otros.
Conciencia ecológica
El mencionado Greening Process o extensión de las zonas verdes en las ciudades contemporáneas representa una importante oportunidad para que la población aprenda acerca de los principios ecológicos y de sus interconexiones con el mundo circundante. La mera observación que el viandante tiene sobre los espacios verdes, así como el contacto con la naturaleza que le rodea, ha permitido adquirir al habitante de la ciudad un aprendizaje experimental sobre el funcionamiento de algunos ecosistemas urbanos. Algunos estudios realizados por la Agencia de Medio Ambiente de Canadá en 1999 mostraban que un 43% de los canadienses participaban en actividades al aire libre en áreas naturales y que un 40% participaban en actividades relacionadas con la vida silvestre en sus propias residencias o en zonas cercanas a ellas. Con esto podemos señalar que el contacto con la naturaleza, bien sea en el hogar, en la ciudad o en los parques naturales es de una importancia fundamental para desarrollar una conciencia ambiental cada vez más involucrada en el conocimiento y la conservación del entorno natural. La educación ambiental es mucho más que impartir una clase de biología o visitar un centro de interpretación de la naturaleza, es el resultado de una experiencia directa y constante, asimilada a través del contacto diario con la naturaleza en los lugares donde vivimos, en las calles que recorremos o en los árboles que nos dan sombra. En consecuencia, el entendimiento de las bases de la interacción entre la sociedad y la naturaleza debe empezar en los lugares donde los ciudadanos viven y pasan su tiempo libre, es decir, en los núcleos urbanos.
Recientes evidencias también sugieren que la participación directa de los ciudadanos, por medio del voluntariado, en los llamados Procesos de Naturalización, genera en los ciudadanos fuertes lazos de afectividad y conexión con el medio natural en el que están interviniendo. Los procesos de restauración de zonas abandonadas, mediante la creación de zonas verdes, o la adecuación y limpieza de zonas altamente degradadas ofrecen indudables beneficios sociales que debieran ser potenciados, como el gran sentido de identificación con la naturaleza y los altos niveles de satisfacción que obtienen los que participan en dichas tareas.
Enraizamiento en la comunidad e identidad sociocultural
Los grandes asentamientos urbanos se caracterizan por el ruido, la muchedumbre, y la falta de privacidad entre otros, efectos todos ellos que estarían induciendo al debilitamiento de los lazos sociales entre los vecinos e impidiendo, de algún modo, el sentido de comunidad. Esto podría explicar el descenso del capital social en las grandes urbes y la falta de integración de los individuos en sus comunidades de referencia, dando lugar a problemas de anomia o carencia de normas sociales. La literatura sugiere que una mayor interacción de los ciudadanos con los espacios naturales y la existencia de zonas verdes en las barriadas de las grandes ciudades, para el ocio y el esparcimiento de los vecinos, pueden inducir entre ellos al desarrollo de valores compartidos, es decir, el enraizamiento de los individuos en sus comunidades de referencia.
Algunas experiencias demuestran cómo la implicación de los vecinos en programas de creación de espacios verdes en sus barriadas, facilita el conocimiento mutuo entre los participantes y su interacción social, desarrollando un sentimiento de identidad con el entorno, además de generar altos niveles de satisfacción personal por elegir y controlar las condiciones de su propio entorno natural.
Estos programas ponen de manifiesto que una comunidad unida dota a los vecinos de un elevado sentido de pertenencia y ayuda mutua, y de una mayor capacidad para la formación de organizaciones locales, al tiempo que los dota de mayores recursos organizativos para defenderse contra el crimen y la delincuencia y para movilizarse en el ámbito político.
Algunos estudios sobre las personas mayores, han demostrado que cuando este colectivo está formado por individuos con fuertes conexiones sociales en su comunidad, se producen menores niveles de mortalidad, tasas más reducidas de suicidio y niveles más elevados de salud física y mental, al tiempo que se manifiestan menos temerosos de ser víctimas del crimen y la delincuencia.
Tanto el deporte como el juego son dos razones esenciales para que los espacios verdes urbanos sean necesarios y los usuarios sigan visitándolos. Sin embargo, estas actividades requieren de una planificación o zonificación del parque, así como de aquellos elementos necesarios que puedan crear un sentido de lugar o pertenencia al entorno donde están ubicados. Son muchos los parques alrededor del mundo que incluyen numerosos atractivos para sus usuarios, indiferentemente de su edad y sexo: juegos de agua, campos de futbol, estanques para remar, animalarios, exposiciones al aire libre, etc.
Las bases del diseño, por lo tanto, deben ser multifuncionales y multiculturales, y los conceptos de uso y lugar deben se compatible y deben estar unidos. Los diversos espacios de la ciudad tienen potenciales diferentes dependiendo de factores tales como su uso, accesibilidad, carácter biológico y físico, propiedad, zonificación y límites legales, entre otros. De este modo, y aplicando la misma filosofía que en los planes de ordenación y gestión urbana, no todos los usos pueden aplicarse en todos los lugares, o no necesariamente al mismo tiempo. La posibilidad de poder elegir entre varios espacios, y que todos y cada uno de ellos satisfagan la diversidad social de la ciudad, tienen que ver con la calidad de vida de la ciudad y de sus ciudadanos.
Sentimiento de seguridad
En este aspecto, podemos destacar que la creación de zonas verdes en las ciudades y la presencia de áreas ajardinadas en los barrios aumentan la sensación de seguridad en los vecinos, disminuyendo las tasas de criminalidad y reduciéndose las expresiones de violencia. En su trabajo, Jacobs (1961) introduce la idea de “ojos en la calle” para explicar cómo la presencia de personas en los espacios públicos destinados al esparcimiento ayuda a controlar el crimen y aumentar la seguridad ciudadana. Otras expresiones de esta misma idea son los conceptos de “control social del vecindario” y “funcionamiento territorial”, conceptos que se refieren a la habilidad de la comunidad para controlar el comportamiento de sus vecinos en su propio espacio interviniendo si fuera necesario. En esta misma línea se afirma cómo el fortalecimiento de los vínculos sociales entre vecinos logra disminuir los niveles de vandalismo y criminalidad.
El hecho de vivir en contacto con la naturaleza podría ser un indicador en el grado de disminución de la violencia doméstica. Hasta tal punto que estudios empíricos han observado cómo en casas con zonas verdes y arbolado, los niveles de violencia y conflictos familiares eran menores que en casas con poca o ninguna arboleda en su recinto. El argumento de estos resultados está basado en que los vecinos que tienen una estrecha relación con la naturaleza, encuentran de forma más fácil diferentes vías para la resolución de conflictos y tensiones surgidas de frustraciones personales. Esta afirmación se corrobora con el hecho de que, en los disturbios en la ciudad de Los Ángeles, tras la sentencia del caso Rodney King, las barriadas con zonas ajardinadas fueron las menos dañadas, mientras que los otros barrios sufrieron daños severos.
Mejora de la salud física y mental
Los resultados de algunos estudios han permitido establecer una asociación entre, por un lado, la disminución del estrés y la mejora de la salud física de los residentes urbanos, y por otro, la presencia de arbolado y bosques en sus barriadas y, por supuesto, la percepción positiva de los ciudadanos respecto a la existencia de esas zonas verdes en la ciudad. Tales estudios han demostrado que los vecinos que viven rodeados de paisajes con árboles y vegetación presentan estados fisiológicos más distendidos que aquellos que viven en entornos sin naturaleza. No hay duda de que la experiencia en la naturaleza, la contemplación de paisajes y entornos naturales produce todo un conjunto de beneficios y bienestar a los usuarios de estos espacios.
Numerosos estudios han puesto de manifiesto el llamado “efecto restaurador de la naturaleza” que permite a las personas el relax necesario para afrontar una vida de estrés.
Este efecto restaurador es buscado, ahora más que nunca, entre una población cada vez más urbana, donde las distancias de desplazamiento son cada vez mayores y el tiempo para el ocio es menor. En definitiva una población alejada de los sistemas naturales y que demanda un mayor numero de espacios recreativos en las ciudades.
[Las mejoras en la accesibilidad de los entornos naturales, incidirán directamente en el derecho que tienen todas las personas a beneficiarse y disfrutar de los espacios verdes.]VALORACIÓN DE LOS ESPACIOS VERDES URBANOS: NO TODO VALE
Hoy en día, es un hecho comprobable que el deseo de estar en contacto con la naturaleza o al “aire libre” va cobrando cada vez más interés. La mera presencia de espacios verdes urbanos en las ciudades constituye uno de los aspectos empleados hoy en día para medir el grado de calidad de vida de los ciudadanos. Más allá de las consideraciones estéticas, la naturaleza urbana empieza a ser percibida como un elemento integrador entre las valoraciones económicas, ambientales y sociales, así como un elemento de identidad y referencia.
Considerando estos beneficios, algunos organismos, tanto nacionales como internacionales, se han aventurado en la tarea de valorar cuánta naturaleza sería necesaria en las ciudades para que sus habitantes puedan alcanzar un pleno desarrollo. Este hecho ha desencadenado una guerra de cifras y, por supuesto, un ranking de ciudades que se consideran a si mismas sostenibles o verdes, sin considerar otros aspectos, no menos importantes, como la calidad o el uso de estos espacios verdes.
Indicadores arrojados por la Organización Mundial de la Salud (OMS) así como por la Ley de Ordenación del Territorio española marcan un mínimo de 10 metros cuadrados de parques, jardines y espacios verdes públicos por habitante para cubrir las necesidades “sociales” actuales de la ciudadanía. Este indicador, que a simple vista podría suponer una meta para el conjunto de las ciudades españolas se enfrenta a numerosos problemas en su aplicación. El problema radica en que en numerosas ocasiones, estos espacios verdes no han contado con una evaluación positiva que analice el futuro uso social que los ciudadanos podrían darle, por lo que, en la mayoría de los casos, no están diseñados para que se rentabilicen “socialmente”. A menudo, estos lugares presentan limitaciones sociales, fundamentalmente cuando están diseñados para un determinado grupo social, discriminando, por consiguiente, al resto de la población, ejemplos claros son los campos de golf que muchas ciudades los incluyen en su red de parques urbanos. Resultados similares se han encontrado sobre las preferencias de los ciudadanos en el uso de los espacios naturales urbanos, donde, para cada zona verde habría un “área teórica de influencia” formada por una cantidad de población potencialmente usuaria de dicho espacio natural.
Hoy en día, es un hecho comprobable que el deseo de estar en contacto con la naturaleza o al “aire libre” va cobrando cada vez más interés. La mera presencia de espacios verdes urbanos en las ciudades constituye uno de los aspectos empleados hoy en día para medir el grado de calidad de vida de los ciudadanos. Más allá de las consideraciones estéticas, la naturaleza urbana empieza a ser percibida como un elemento integrador entre las valoraciones económicas, ambientales y sociales, así como un elemento de identidad y referencia.
Considerando estos beneficios, algunos organismos, tanto nacionales como internacionales, se han aventurado en la tarea de valorar cuánta naturaleza sería necesaria en las ciudades para que sus habitantes puedan alcanzar un pleno desarrollo. Este hecho ha desencadenado una guerra de cifras y, por supuesto, un ranking de ciudades que se consideran a si mismas sostenibles o verdes, sin considerar otros aspectos, no menos importantes, como la calidad o el uso de estos espacios verdes.
Indicadores arrojados por la Organización Mundial de la Salud (OMS) así como por la Ley de Ordenación del Territorio española marcan un mínimo de 10 metros cuadrados de parques, jardines y espacios verdes públicos por habitante para cubrir las necesidades “sociales” actuales de la ciudadanía. Este indicador, que a simple vista podría suponer una meta para el conjunto de las ciudades españolas se enfrenta a numerosos problemas en su aplicación. El problema radica en que en numerosas ocasiones, estos espacios verdes no han contado con una evaluación positiva que analice el futuro uso social que los ciudadanos podrían darle, por lo que, en la mayoría de los casos, no están diseñados para que se rentabilicen “socialmente”. A menudo, estos lugares presentan limitaciones sociales, fundamentalmente cuando están diseñados para un determinado grupo social, discriminando, por consiguiente, al resto de la población, ejemplos claros son los campos de golf que muchas ciudades los incluyen en su red de parques urbanos. Resultados similares se han encontrado sobre las preferencias de los ciudadanos en el uso de los espacios naturales urbanos, donde, para cada zona verde habría un “área teórica de influencia” formada por una cantidad de población potencialmente usuaria de dicho espacio natural.
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